En el año 2004 luego de mucho sentir y pensar acerca de la muerte, de mi muerte, fui a dar con la idea
de hacer un cementerio. Esta descabellada idea fue motivada y vino acompañada de cientos de
inquietudes, preguntas, algunas respuestas. Comencé preguntándome por la actualidad de los ritos y del
arte fúnebre sobre la función simbólica del cementerio y si esto podía en algún punto arrojar
luz sobre el tabú. Contribuir a crear otro vínculo con la muerte.
En un principio pensaba este cementerio como un espacio tanto físico, como mental y espiritual donde las
personas diseñen con conciencia y compromiso, su entierro, su tumba, su funeral. Un espacio
donde los rituales de paso, aun tratándose de muerte, estén vivos. No se trataba de decorar la muerte,
sino de darle la intimidad y la profundidad que merece. Que hubiera un diálogo entre cómo se vivió
y cómo se es despedido. Que una vez pasado el dolor intenso, pueda ser la tumba un lugar de
encuentro. Incluso para algún desconocido, como pasaba en Roma, donde la tumba con su epitafio estaba
dedicada a los transeúntes.
Con entusiastas frases que recomendaban vivir la vida placenteramente, amar, beber, ir a los baños.
A partir de ahí, este cementerio imaginario fue algo así como un símbolo que me llevo por un camino de
búsqueda, que incluyo la lectura de material relacionado con al tema, desde la historia, la antropología,
las religiones y la poesía, charlas con diferentes personas acerca del tema, visitas a cementerios, entrevistas
con trabajadores de funerarias, cementerios y fabrica de ataúdes. Viaje a México para día de muertos,
asistí a dos congresos de arte fúnebre y cementerios patrimoniales. Pero sobre todo la idea del cementerio
acompaño y acompaña un trabajo de búsqueda interior. En el año 2006 también llevada
por este símbolo comencé a desempeñarme como voluntaria en cuidados paliativos.
Tarea en lo cual continuo.
Y el cementerio, si bien por ahora, no deja de ser una idea es siempre para mí un rico terreno de reflexión.
Allí, la muerte, como idea, cada tanto se transforma en una rebosante fuente de vitalidad.
Catalina León, 2007
de hacer un cementerio. Esta descabellada idea fue motivada y vino acompañada de cientos de
inquietudes, preguntas, algunas respuestas. Comencé preguntándome por la actualidad de los ritos y del
arte fúnebre sobre la función simbólica del cementerio y si esto podía en algún punto arrojar
luz sobre el tabú. Contribuir a crear otro vínculo con la muerte.
En un principio pensaba este cementerio como un espacio tanto físico, como mental y espiritual donde las
personas diseñen con conciencia y compromiso, su entierro, su tumba, su funeral. Un espacio
donde los rituales de paso, aun tratándose de muerte, estén vivos. No se trataba de decorar la muerte,
sino de darle la intimidad y la profundidad que merece. Que hubiera un diálogo entre cómo se vivió
y cómo se es despedido. Que una vez pasado el dolor intenso, pueda ser la tumba un lugar de
encuentro. Incluso para algún desconocido, como pasaba en Roma, donde la tumba con su epitafio estaba
dedicada a los transeúntes.
Con entusiastas frases que recomendaban vivir la vida placenteramente, amar, beber, ir a los baños.
A partir de ahí, este cementerio imaginario fue algo así como un símbolo que me llevo por un camino de
búsqueda, que incluyo la lectura de material relacionado con al tema, desde la historia, la antropología,
las religiones y la poesía, charlas con diferentes personas acerca del tema, visitas a cementerios, entrevistas
con trabajadores de funerarias, cementerios y fabrica de ataúdes. Viaje a México para día de muertos,
asistí a dos congresos de arte fúnebre y cementerios patrimoniales. Pero sobre todo la idea del cementerio
acompaño y acompaña un trabajo de búsqueda interior. En el año 2006 también llevada
por este símbolo comencé a desempeñarme como voluntaria en cuidados paliativos.
Tarea en lo cual continuo.
Y el cementerio, si bien por ahora, no deja de ser una idea es siempre para mí un rico terreno de reflexión.
Allí, la muerte, como idea, cada tanto se transforma en una rebosante fuente de vitalidad.
Catalina León, 2007